La salida del puente de mayo (4 días) pintaba perfecta: dos barcos, 13 tripulantes (para 4 de ellos, éste era su bautismo náutico), patrones repartidos equilibradamente entre los dos barcos, y un plan de dar la vuelta a la isla de Ibiza. Lo único que no estaba en nuestra mano, fue lo que marcó el viaje: la meteorología. El Mediterráneo llevaba expuesto dos o tres días al viento de Levante, y la primera noche, la de la travesía de Alicante a Ibiza, teníamos mar de fondo de 1,5 metros por la amura, y unos 10-13 nudos de viento. Aunque esas condiciones no son peligrosas, sí que son bastante incómodas: de los 13 tripulantes, 8 conocieron el límite de sus estómagos en cuanto a mareo se refiere.

El primer cambio de planes llegó nada más avistar Ibiza: en lugar de pasar la noche en cala Salada, acabamos yendo al puerto de San Antonio, para poder volver a pisar tierra firme y desquitarnos de la travesía de 18 horas y casi 100 millas. Allí comprobamos el primer daño: nuestro barco había sufrido la rotura de la contra durante la travesía, aunque afortunadamente no impedía proseguir la navegación. También pudimos disfrutar de una pequeña inspección de documentación de la Guardia Civil.
Tras pasar la noche en San Antonio, zarpamos en dirección norte para proseguir con nuestro plan. Suave navegación con mar de fondo de popa, y viento de través, y llegamos a comer al Puerto de San Miguel, que no es un puerto deportivo, sino un puerto natural (cala), en la que nos bañamos disfrutando del entorno natural característico de las Pitiusas. Aprovechamos esta parada también para grabar algún vídeo con el dron, y un par de los tripulantes también se bajaron aquí, ya que la idea de otra travesía de vuelta (aunque no iba a ser igual) no les seducía en absoluto.
Por la tarde, emprendimos camino de Cala Llonga, con el objetivo de, esta vez sí, pasar la noche fondeados. Como había rachas de viento bastante fuerte, tratamos de no ir demasiado pegados a la costa, donde las rachas se perciben mucho más, y acabamos siguiendo un rumbo demasiado abierto que nos alargó demasiado esta travesía. Además, tuvimos la segunda avería de esta travesía: se nos rompió un rizo, otra avería más aparatosa (por lo ruidoso del momento) que peligrosa, pero que contribuyó a que nos dirigiéramos al puerto de Santa Eulalia, también porque se estaba haciendo de noche, lo cual es desaconsejable para un fondeo, especialmente si es una cala “desconocida”. Este es el único puerto de Ibiza que me faltaba por conocer, y me pareció carísimo, probablemente por su cercanía a Ibiza.
El lunes y la travesía hacia Espalmador, en Formentera, ayudó a hacer las paces con el mar a todos aquellos que habían sufrido un poco “de más” en el camino hacia Ibiza: sol, sin mar de fondo, y viento suficiente para navegar a vela… Espalmador no decepcionó, y pudimos comer y descansar toda la tarde. También nos trajo un tercer accidente, esta vez no en el barco, sino el dron, que tuvo una avería (probablemente por una de las hélices) y acabó cayendo de una altura de 200 metros al mar…
Al atardecer, emprendimos el camino de vuelta hacia Tabarca, y el mar como un plato. Una vez en rumbo, a las pocas millas de Formentera, pudimos disfrutar de una puesta de Sol espectacular, y el ambiente durante la noche fue distinto: se podía dormir, o no, y el estado general permitía estar de buen humor y de conversación. En esta travesía nos cruzamos con varias flotas pesqueras, algunas faenando y otras dirigiéndose a ello, pero sin pasar tan cerca como en la travesía de noviembre.
El amanecer nos pilló frente a la costa alicantina, y la mañana terminó de ser un agradable paseo hasta llegar al ansiado premio del arroz en Tabarca, adonde llegamos con puntualidad británica tras 17 horas de travesía. El arroz y el paseo por la isla fue la guinda del pastel, de un viaje que fue de menos a más, y que no olvidaremos fácilmente.
